Elogio
del 14 de febrero
¿Cuántas veces no te has
sentido miserable por no tener a ese “alguien especial” con quién pasar este
día? Si eres como el resto de los mortales –incluyéndome a mí, por supuesto-,
seguro serán más de una, dos, tres, las veces que te has tenido que tragar ese
amelcochado sentir de los que sí tienen con quien salir en esta fecha.
Seguro te ha tocado ver cómo
grupos de “amigas” se apiñan en los restaurantes de moda para desayunar –y “desayunarse”
a la pobre incauta a la que no hayan invitado-; también habrás visto a esas
parejitas a modo cuyos integrantes van vestidos con prendas iguales y hasta del
mismo tono exacto (¿cómo le hacen? Hasta la fecha no he encontrado la tienda
donde venden “todo para él y para ella”); o ésas, donde se adivina que habrá
pasión –o lo que se le parezca- por el atuendo sexy de ella aún a temprana hora
del día.
Entonces, te sentirás solo,
solitario y triste. Pero si lo piensas bien, no tendría por qué ser así.
Recuerda que, así como el día de la mujer, el del niño, el de la madre, y todos
los demás que quieras añadir, éste es sólo un momento más de la economía de
mercado. Que si bien deriva de una celebración instaurada por la Iglesia en el
siglo V en honor a un médico romano que –según cuenta la leyenda- oficiaba
matrimonios entre soldados y sus amadas, no es más que una ocasión para
exprimirte el bolsillo con ñoñerías como flores, ositos de peluche, cenas
románticas, idas al motel, o lo que sea que la gente haga para festejar este
día. Finalmente, si eliges entristecerte por una banalidad como esa, pues
deberías también estar al borde del suicidio con galleta de animalito (chopeada
en leche, claro está) cuando venga el día del niño, pues de seguro esos días
han quedado atrás para ti, ¿no es así?
Ya sé: “No es lo mismo”, “yo
quiero alguien a quien amar y ser amado”. Déjame darte una noticia. El amor,
así como te lo han pintado, lleno de infinidad de corazoncitos rojos, globos
rellenos de helio besando el cielo azul y cajas de chocolate barato, es una
gran mentira. Si lo que quieres es eso, no conoces a los seres humanos. Esperas
algo que no se puede lograr. El amor es más que eso: más que cenar juntos una
vez al año con un hombre que se la pasa viendo el celular, mientras está
sentado a tu lado; más que una amiga que te dice que te quiere mientras habla
pestes de ti a tus espaldas; más que los halagos falsos de la gente que busca
algo de ti. Más, mucho más que eso.
Sé que habrá quien diga que el
amor no debe doler. Es cierto, no debe doler en sí. Pero hay veces que no es lo
que duele el amar, sino lo que lo rodea: el desvelarse con alguien cuando lo
necesita (y no estoy hablando de una fiesta); el acompañar al otro cuando
pierde a quien le significaba mucho; el estar ahí, a su lado, cuando no
encuentra sentido a la vida; el cuidarlo cuando está enfermo, o cuando la
economía no le marcha del todo bien. Eso es amor. Lo demás, es pura basura
mercadológica.
Ahora bien, si eliges seguir
creyendo en que debe existir un día para celebrar algo tan sublime, frágil e inasible
como el amor, entonces –y tal vez sólo entonces-, merezcas tu osito de peluche,
tu caja de chocolates baratos, tu cena romántica y tu ida al motel.