martes, 8 de junio de 2010

Viendo todo desde arriba


"From above your heads, towards the end and beyond!" -dijo él. Ahora, estando ahí tan cerca de todo y tan lejos a la vez, no podía pensar en otra cosa más que en disfrutar la vista que le prodigaba su posición; tan por encima de todo lo visible e invisible, cero preocupaciones, cero necesidades, el nirvana en su más completa experiencia viva posible, si es que algo así puede ser concebido estando aquí y ahora.


Sí, era cierto. A veces había cambios de lugar y del grado de atención recibida, pero nunca respecto de estar por encima de todo y de todos. O al menos eso creía él. Bueno, ciertamente nadie lo contradijo nunca y estando así de seguro, tal como se sentía, nadie se atrevía a darle la noción contraria.

Nunca se había percatado, sin embargo, de la pequeña y casi imperceptible cuerdita de la que colgaba y que lo suspendía por detrás de su espalda. Era esa cuerdita, ese lazo invisible para él, lo que le permitía experimentar la magnanimidad que lo hacía sufrir, a resultas, tales delirios de grandeza y de absoluto. Ni por enterado de su cuerdita, sólo se dedicaba a sentirse proyectado al final y más allá. Se sentía bien, ni siquiera un momento de dolor que le recordara cuando la cuerdita le había traspasado para unirlo al carrusel que era su vida. Todos los demás le parecían insulsos: uno, lleno de adicciones disfrazadas de ternura y ya bastante pasado de peso; el otro, un bipolar disfrazado de felino y, por último, quedaba el amargado eterno, pobre alma deprimida y carente de alegría. Él, por otro lado, no siempre podía expresarse con propiedad, y aún así su lengua lo traicionaba de vez en cuando al desnudar el miedo que le daba el estar y el ser. Pero eso era lo que se veía, lo que no se veía era su desmesurado valor y su omnipotencia. Ellos no lo sabían, pero estaban ahí -todos- gracias a él.


Bien podrían haber sido ésos los imaginarios pensamientos y sentimientos de un megalómano pedazo de peluche que gira suspendido y atado a un móvil de plástico adherido a la cuna viajera-estacionaria de mi bebé, la cual se encuentra en nuestra recámara, allá en el primer piso de la casa que habitamos en una calle desnuda de árboles y tapizada de concreto (so sad!!), seccionada de una cuadrícula de la ciudad (también -Oh! So sadly- desnuda de árboles y tapizada de concreto, ordinarias plazas comerciales y gente obtusa) enclavada en la mitad inferior de un país donde todo es posible y nada lo es al mismo tiempo, o mejor dicho: donde todo lo imposible es posible y donde lo posible nunca sucede (lamento reiterado irrumpe incluso de nuevo -oh! so sadly-), aquí en el continente de este lado del Atlántico, tan -sí, otra vez, Oh! So damn sadly- (contaminado de millones y millones de litros de crudo que a nadie parece importarle hasta que la tragedia nos pase la factura en un mundo tan lleno de pesadilla), océano que baña esta tercera esfera de piedra y agua a la que llamamos Tierra y que -sí, una y otra vez más, Oh! So, so damn sadly-, se encuentra rodeada de otras esferas yermas donde, al parecer sólo hay roca y gases poco amigables a la vida, todo lo cual se encuentra dentro de una casi impensable masa de ser y no ser, de estar y no estar que implica el vértigo de la Galaxia que contiene el todo de nuestros alrededores y la nada de nuestras vecindades y, finalmente, dentro de un Todo Absoluto donde también hay lugar, aunque se crea imposible, para la Nada aAbsoluta...

Todo esto lo vio en la mirada de aquella pequeña criatura que sonreía plácidamente ante su presencia, en un instante que pareció alargarse más allá de cualquier noción de tiempo conocido por él en ninguna de las etapas de su escasamente probable existencia, y entonces supo que, en efecto, existía.


Toda mi simpatía para el felpudo puerquito que sigue – hasta la fecha- haciendo las delicias de mi hija al girar y girar sin cesar acompañado de sus amigos Winnie Pooh, Igor y Tigger.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario