lunes, 21 de noviembre de 2011

El Buen Fin... ¿Para quién?


Ante toda la alharaca que ha rodeado al ya casi agonizante Buen Fin, no dejo de percibir una sensación, muy similar a la que experimentaba cuando, de niña, me aseguraban que la existencia del gordo barbón vestido de rojo o de los tres reyes bíblicos era real, con la consabida instrucción para que esperara pacientemente a que estos personajes procedieran a premiar -o no- mi comportamiento durante el año... De manera semejante, la expectativa generada por la iniciativa privada, el sector público y los ineludibles medios de comunicación en torno a las esperadas ofertas y promociones de estos días, se antojan un premio lleno de mezquindad para los ya muy aporreados bolsillos y presupuestos familiares de nuestra gente; más parecieran una recompensa burlona a su paciencia, aguante y estoicismo -o peor aún, la penúltima apuesta (no olvidemos la Navidad) de las grandes empresas para exprimir las últimas gotas de los raquíticos salarios-, que una verdadera oportunidad para adquirir bienes y servicios a precios realmente competitivos.

Basta visitar la página del happening (http://www.elbuenfin.org) para poder apreciar con claridad que si bien la reactivación de la economía a través del fomento al consumo es parte importante de los objetivos de esta iniciativa, lo es sobre todo mejorar la calidad de vida de todas las familias mexicanas. Y entonces, no puedo evitar preguntarme, ¿en qué le beneficia a una familia en las zonas de alta marginación de mi estado que en el centro comercial de mayor afluencia de la ciudad capital se ofrezca un fabuloso 10% de descuento aplicable en las mercancías -de lujo, en su mayoría-? O mejor aún, ¿cómo se verá influída positivamente la vida de una comunidad indígena cuando yo acuda a un hipermercado a comprar bienes que no necesito realmente a precios sólo ligeramente menores a los que ostentan ordinariamente? Puedo muy bien entender que la recaudación se verá incrementada a raíz de la montaña de transacciones que realizarán las casas comerciales con los adquirentes de sus bienes o servicios, pero hasta ahí.

Del otro lado de la moneda, la certeza jurídica para el consumidor es prácticamente nula por lo que hace a las ofertas publicadas, puesto que no existe más que una obligación muy vagamente esbozada en el sitio web de referencia donde se dice que las empresas sólo adquieren el compromiso de ofrecer el 10% de descuento adicional al mejor descuento que hayan tenido en el año o mejorar cualquiera de sus promociones realizadas en el año (véase la respuesta a la pregunta número 5 de la sección FAQs), lo que comparado con lo que se ha venido publicitando, resulta a todas luces un engaño a la gente y representa una chanza respecto de su deseo de adquirir todo lo que siempre está postergando con los mejores precios del año (tal como se afirma en la página de inicio del evento); esto sin contar además que el despliegue de la información en la página resulta deficiente, sin poder pasar por alto que la información cambia sin previo aviso, según se puede apreciar también en la sección de FAQs, lo que ocasiona que quien consulte la página para verificar una supuesta promoción, se encuentre al momento de querer hacerla válida, con que dicha oferta ya no se encuentra vigente, ya que las ofertas son actualizadas constantemente por las empresas que se están sumando al Buen Fin.

Mucho más se puede decir respecto de algo que bien podría calificarse como una estafa orquestada institucionalmente tal como la que ahora comento; sin embargo, baste decir que con todo lo que implica la voracidad sin límites de las grandes empresas, la abrumadora publicidad que ha merecido el evento, la falta de información completa y oportuna relativa al mismo, la incertidumbre jurídica que amenaza al consumidor y que parece permear a todo el multicitado Buen Fin, aunados a la falta de cultura adquisitiva en nuestra gente y el aval del gobierno federal en todo ello, sólo queda preguntarse si el Buen Fin lo fue realmente para el común de la gente y quienes se supone fuimos concebidos como sus beneficiarios originalmente, o si, por el contrario, lo fueron, como en la mayoría de las ocasiones sucede, quienes concentran el poder económico y político de este país.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Del barro a Ferragamo o de la HH (Humanidad Huérfana)


¿¿Qué sentirá alguien que tiene a sus pies a miles de seres humanos coreando sus canciones o imitando cada una de sus gesticulaciones y movimientos?? Eso debe ser lo más cercano a sentirse un dios (con "d" minúscula, ya que no se trata de Dios, la fuerza creadora omnipotente, omnisciente y omnipresente, y poseedora de todos los demás omni). A alguien debe habérsele ocurrido la estupenda idea de permitir el encumbramiento de esos ídolos de pies de barro que inundan nuestras vidas y que, empujados por la mercadotecnia, buscan hasta la más pequeña grieta en el dique de nuestra cordura y nuestro raciocinio para introducirse y fijarnos de la manera más arbitraria y despótica parámetros absurdos que ya no sólo tienen que ver con la apariencia física, sino que van más allá y dictan actitudes, puntos de vista, opiniones y, si me es dable usar los términos, hasta ideologías y cosmovisiones.

Ver a esas multitudes enardecidas (y de las cuales, tengo que confesarlo, en algunas ocasiones he formado parte) me hace recrear la escena sustituyendo el escenario por algo más parecido a un altar y al artista por un sacerdote o personaje investido de algún poder sobrenatural... y entonces sobreviene la idea: ¿A quién le beneficia que las masas se congreguen incansablemente en torno de estas figuras? ¿A dónde se va toda la energía, el nervio, la pasión, la emoción -y en sí, el alma- de cada una de las personas que se aglutina en torno de esos seres elegidos -tal vez no tan azarosamente como se nos ha querido hacer creer con sus tristes historias donde comenzaron como meseros, o bien lavando baños o en oficios poco glamorosos-? ¿Qué estamos haciendo nosotros, la humanidad, para merecer tener a esos falsos ídolos que se llenan de dinero los bolsillos cada vez que uno tararea alguna de sus melodías, o cada vez que uno va al cine a verlos aparentar ser quienes quisieran ser en realidad? ¿Cuándo perdimos los sesos de manera tal que uno de esos personajes se convierta en líder de opinión?

No quiero simplemente descalificarlos por el solo hecho de ser famosos, pero resulta absurdo e insostenible ante el mínimo asomo de cualquier lógica rudimentaria y elemental que una persona dada, por el hecho de congregar multitudes a raíz de una actividad que implica poco o nada de racionalidad como el tan traído y llevado arte, pueda, de pronto y espontáneamente permitirse opinar y codearse con líderes, jefes de Estado y otras tantas figuras (y que, en la mayoría de las ocasiones desafortunadamente tampoco merecen tan respetuoso tratamiento) e imprimir con ellas un impacto que trasciende el tiempo y el espacio generando olas de opinión y con ello, tendencias que se replican como la marea a lo largo de los océanos de nuestra -insisto- mal llamada "civilización".

De manera simultánea a los miles, cientos de miles y millones de seres humanos congregados alrededor de esas figuras, también existen miles, cientos de miles y millones de seres humanos sobreviviendo, tal vez ni siquiera ya alcanzando a preguntarse la razón de su existir sobre esta ingrata Tierra por falta de fuerzas para pensar y guardando sus últimas reservas de energía para respirar y esperar a que amanezca una vez más, con la inútil promesa de que tal vez ese nuevo día les traiga la respuesta a sus ingentes necesidades... Y ahí, oh, fortuna! surge un famoso caritativo y digno de ser seguido, uno de entre ellos -los ídolos con pies de barro calzado de Ferragamo-, que se convierte en embajador de la buena voluntad o que crea alguna organización que abandere alguna causa altamente lucrativa mercadológicamente hablando, y entonces -y sólo entonces-, muchos de nosotros volteamos a ver esas causas y a esos seres humanos que de otro modo pasan tristemente desapercibidos por todos nuestros gravísimos y profundos problemas de nuestro insignificante e intrascendente día a día.

Todo esto no deja entrever más que se trata de un sistema perfectamente orquestado por alguna mente más demoniaca que el mismo Diablo (recuérdese que el tan mentado Satán es, en principio de cuentas y sin desconocer la existencia de fuerzas que escapan a la comprensión humana, una designación hecha de, por y para los hombres): la búsqueda de figuras a las cuales seguir, ha sido y es una constante entre el género humano; nuestra sed de líderes es insaciable e interminable. Sin embargo, los líderes y figuras en los tiempos en que ya no se puede estar a lo que el sacerdote predicaba desde el púlpito y donde la información hueca y sinsentido nos inunda en todo momento a velocidades abrumadoras, deben ser más coloridos, sus actitudes deben ser más chocantes y provocar impactos, que a pesar de ser más transitorios, se sienten más profundos.

Proclamamos estar en la era de la información y del conocimiento, pero ¿cuántos de nosotros no caemos rendidos ante el inexplicable impulso de acudir a esas congregaciones multitudinarias, o si no, de seguir las reliquias de algún santo, beato o entidad destinada a la deificación masificante (término que me estoy permitiendo acuñar para dar a entender que si bien se trata de algo relacionado con las masas humanas, además las congrega a su alrededor)? La sensación de azoro que produce el fundamentalismo católico del muchacho que planeaba masacrar a los opositores del Papa en funciones durante su visita a España, no es menor que la que produce el saber que aún el día de hoy, se promueven prácticas que huelen a Edad Media y donde sólo estamos a la espera de observar la procesión del santo, beato o figura en cuestión rodeada de un colorido desfile de juglares y demás personajes dignos de la picaresca.

viernes, 8 de julio de 2011

El angel que conocí hoy


Un día raro ha sido el de hoy: luchando a favor de este ojo que no quiere sanar, me encontré con un angel en el disfraz de una sor a la que no le gustan los hábitos negros y que iba toda llena de luz blanca, mientras que un amigo me contaba a través de la infaltable blackberry de sus intuiciones sobre un pasado oscuro al que yo he visitado muchas más veces de lo que me gustaría recordar...

Toda esta lluvia que anega casas, calles, gente y almas tampoco me deja ver muy bien y pienso entonces qué falta me hace un buen café para curar mis huesos después de tantos días de vaciar mis pensamientos entre mis lágrimas perdidas a horas inusuales. Ya es hora de soltar todo esto y dejar ir lo que nunca fue, ya es tiempo de sacar lo que nomás me quita espacio y no me deja dar entrada a lo que necesito en estos momentos de la pequeña sucesión de puntos más o menos regulares a la que llamo vida.

Llevo días y días con mis pensamientos atorados, todos hechos nudos entre mis dedos que se mueren por sacarlos a través de estos golpes de teclado; me piden clemencia para que los expulse de esa cárcel que llamo mente y adonde los tengo encerrados desde hace tanto tiempo que ya casi se pudren. Les ha crecido musgo en las patas por estar inmóviles y se están haciendo endebles de tanta agua. Deben salir a orearse o morirán, lo sé. Así como ellos -ahora es momento de revisitarlo-, he visto morir a tantos que ya ni los recuerdo, de tenerlos ahí, en el altar de mis siempre presentes (no me gusta llamarles muertos), no quedaría lugar para los que realmente lo ameritan.

Si esto sigue así, me pasará lo que al Río de los Remedios, me llenaré de mierda y me desbordaré para inundar con ella todo lo que a mi alrededor se encuentre, no respetaré ni casas, ni gente, ni nada, y todo se irá con la dichosa ídem sin cumplir su cometido final y nunca será leído y, eso, es precisamente algo que no quiero que suceda.

Por eso, mejor pondré rewind a las palabras de mi angel y la escucharé respecto de lo que la Fuerza espera de mi: cumpliré lo que a gritos me piden mis pobres pensamientos, dejaré a un lado todo ese torrente de mierda y seguiré escribiendo antes de que esos pobres mueran ahogados, olvidados y fuera de mi altar.

sábado, 25 de junio de 2011

Mis cementerios de Londres













"Singing lalalalalalalalaiy
And the night over London lay"
-Fragmento de "Cemeteries of London"
Coldplay, "Viva la Vida" (2008).


Nunca he visitado Londres, es más no conozco Europa, pero casi sin temor a equivocarme puedo decir que esta canción y no otra evoca en mi un cierto sabor conocido... Tal vez esto se deba a que ha sido este mes y no otro, el que más me ha acercado al confín del territorio de los muertos y al más allá en sus diferentes facetas en lo que va de mi vida. Siempre recordaré estos días como unos de sabor agridulce con sus amaneceres nublados y húmedos, sus atardeceres llenos de un tímido sol que sólo aparece para despedirse y la incertidumbre de la cordura.

Verdes prados que van más allá de lo que la vista alcanza a abrazar, brisa fría de un océano incierto, humedad en los pies y la insatisfacción siempre presente por un deber nunca terminado de cumplir son los recuerdos de una vida que se asoma entre sueños y que no acabo de descifrar: tal vez sólo lo que alcanzo a ver es lo único que necesito para entender que mi lugar es donde me encuentre, y que a pesar de eternamente buscar "mi casa", ésta se encuentra dentro de mí, en mi corazón y en mi alma, acompañándome en todo momento y en todo lugar, tal como Dios lo hace con todos y cada uno de nosotros.

Hace poco visité la tumba de mi Nona y recibí un regalo divino; la vista desde ahí hacia los verdes cerros acariciados por una casi imperceptible niebla matutina y la soledad calma y tranquila que me envolvió frente al lugar donde yacen ella y mi querido Nono, fueron un bálsamo para mi agrietado corazón. Supe entonces que no hay nada más que el amor y que en dondequiera que se esté, el corazón siempre volverá al origen de todo y de todos para estar en Paz. Fue ese momento uno de alegría y contención que me hicieron saber, muy dentro de mí, que mi hijo está a mi lado y que se encuentra bien junto a ella.

Son muchos mis muertos y a cada uno le guardo un especial recuerdo y un pensamiento dedicado; son tantos como los que me han precedido para que yo esté hoy aquí escribiendo esto para quien tenga ojos para leer y corazón para entender. Y aún así, están vivos, como bien dice la canción sólo que los míos no lloran, ellos no usan kleenex.

jueves, 23 de junio de 2011

De los placeres culposos y otras cosas...


Nunca había escuchado, o más bien, nunca había reflexionado sobre el concepto de "placer culposo", hasta que, en días pasados una de mis queridas colegas mencionó el par de palabras que da nombre a este atado de letras y pensamientos y al parecer, la definición que de manera preliminar me ofreció del concepto, implicaba la idea de ocultar a los demás alguna actividad que, al tiempo de proporcionar satisfacción al que la lleva a cabo, a los ojos extraños pudiera ser poco aceptable -e incluso reprobable-.

Ahora bien, sin querer entrar al terreno de lo escatológico, dichos placeres culposos bien podrían incluir una serie de actividades que irían desde la aparentemente inofensiva actividad de un voyeur, hasta la enfermiza necesidad que aqueja a más de un@ y que l@ hace víctima de su propia verborrea al dispersar hechos que no le son propios y de los cuales, en la mayoría de las ocasiones, carece de evidencias de primera mano para constatarlos, dichos que no por llegar de manera eventual a ser válidos, conllevan la facultad para difundirlos.

Pero, regresando al tema, se puede abundar citando la definición de placer que nos ofrece la versión online del Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, cuando como segunda acepción del vocablo leemos que por placer se entiende "goce, disfrute espiritual", o bien la "satisfacción, sensación agradable producida por la realización o suscepción de algo que gusta o complace", es decir, el placer entra así en la dimensión relacionada con el espíritu y con ello, en la del alma que, se dice, anima a cada ser humano de los que pueblan esta Tierra, por lo que cuando se habla de "placer" se está llamando a la puerta de lo que dista mucho de ser medible y cuantificable, para más bien adentrarnos a los terrenos de la más pura y llana (si es posible visualizarla de esa manera) subjetividad. Por otro lado, la culpa, aquélla que según el mal chiste propio de la escuela secundaria "nadie se quería echar", entra en una categoría diversa, siendo más bien un elemento propio de la imputabilidad de las acciones y de la consecuente responsabilidad que de su ejecución emana.

¡Qué lejos están la imputabilidad y la responsabilidad del placer! Son tan opuestos como la noche y el día... Mientras con la culpa la luz del Sol nos ciega y es -en la mayoría de las ocasiones- francamente detectable y denotable por medios ampliamente cuantificables, puesto que su presencia presupone la ejecución de una acción (e incluso, de una omisión) cuyas resultas desembocan en la responsabilidad del ejecutor (o del omiso, en su caso), los significados del placer viven entre las sombras de la noche que es lo subjetivo y se mueven en los terrenos de lo no cuantificable. Mientras la culpa reside necesariamente en el otro, es decir en una situación relacional, el placer, por su propia naturaleza encuentra sólo sentido en quien lo experimenta. Son, por lo tanto, conceptos incompatibles y cuya unión en la expresión inicial pudiera carecer de sentido, puesto que aceptar la existencia de tales "placeres culposos" equivaldría a pensar en un "algo" que, proveyendo de satisfacción a quien lo ejecuta, refleja en dicho actuante una responsabilidad por dicho actuar, con el consabido reproche -autoinfligido, por supuesto- que le es consustancial a aquélla. De ahí las reflexiones obligadas: ¿Es válido sufrir en aras del placer? (salvo la obvia referencia al sado-masoquismo) ¿Qué grado de congruencia puede existir entre el reproche y la gratificación?

Preferible es creer que la culpa es algo ajeno al placer y que éste se nos da libre de todo sentimiento de reproche y de la malamente entendida culpabilidad; finalmente el placer, salvo que provenga de un "algo" -excúseme el lector por utilizar nuevamente tan vago término- resultado de lastimar, ofender o transgredir a otros, es una de las bendiciones de estar vivo.