domingo, 23 de agosto de 2009

¿Me entiendes?


Todo un descubrimiento en el lado de la otredad.

Resulta que cuando uno llega a algún punto de la conversación en el que, sin mayor afán que clarificar el sentido de las propias palabras, emite la tan vapuleada pregunta, emergen de los más profundos rincones de la psique del interlocutor toda clase de respuestas defensivas y/o agresivas que pueden dejar perplejo al emisor de la aparentemente inocua expresión. ¿Por qué pasa esto? Si haciendo un sencillo análisis de la pregunta, y a primera vista, no se le ve mayor implicación, sino la de ser una simple interrogante, entonces deberíamos buscar la razón del -casi generalizado- rechazo en la subjetividad de los interlocutores indignados.

Sí, se trata de una cuestión meramente idiosincrásica... De hecho en otras lenguas el uso del eufemístico "¿Me explico?" es casi inexistente, pues la pregunta rechazada por nuestra muy mexicana manera de ser y de ver el mundo se toma en su sentido literal, esto es, como la preocupación del dialogante por clarificar el contenido de la idea expresada a su escucha; nunca como un insulto implícito en el que se da por sentado que el otro es un idiota o alguien que sencillamente no puede, o incluso, no quiere alcanzar a comprender nuestras palabras.

Cabe aquí recordar que eufemismo, palabra que proviene del latín euphemismus, significa, de acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, "manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante". ¡Cuántos eufemismos utilizamos día a día! y con cuánta frecuencia los hacemos no sólo una manera suave de hablar, sino una forma sine qua non, al grado de parecer unos barbajanes de no utilizarlos. Patanería, por ende, es no incluir asimismo los tan entrañables diminutivos y la manera de afirmar sugiriendo, y en ocasiones, aún casi rogando; y qué decir de la asertividad, que es también vista y sobre todo sentida como una agresión al comunicarnos.

No de balde la expresión de "en la manera de pedir está el dar", frase que puede bien resumir el sentimiento de nuestra gente ante la asertividad; sentimiento que traducido en un aspecto cultural intrínseco nos hace, como colectividad, crear expectativas respecto del trato que el otro debe prodigarnos, demostrando con ello, que somos un pueblo altamente dependiente e hipersensible a la retroalimentación con nuestros interlocutores, de los que esperamos -so pena de indignarnos-, un trato que dé por sentado que somos un dechado de perfección intelectual respecto del cual no quepa la duda sobre si ha comprendido un tópico de la discusión, o no.

Ahora bien, con todo esto no se pretende tratar de modificar el tan arraigado sentimiento de nuestra gente, y que la hace única en su manera de ver, de hablar, de convivir y de evolucionar; más bien lo que se busca es proponer una nueva manera de degustar y de digerir las expresiones que comúnmente satanizamos por una mal entendida etiqueta y una baja autoestima colectiva que dejamos entrever por medio de nuestros complejos generalizados. Comencemos a tratar de ser menos sentidos, busquemos las respuestas en nosotros mismos, no en la actitud que esperamos de los demás respecto de nuestra persona, crezcamos y maduremos como pueblo dejando a un lado las autodesvalorizaciones disfrazadas de un estéril sentimiento de superioridad, ¡ya es hora! ¿Me entienden?


miércoles, 19 de agosto de 2009

De lo efímero a lo eterno*







Maravilloso internet, que me permite reinventar este mini-espacio de aire en el que puedo plasmar la indescriptible mezcla de sentimientos que me provoca el recordar a una recientemente finada amiga mientras reflexiono sobre el efímero suspiro de vida que se nos da y en cuyo transcurrir frecuentemente olvidamos paladear, vivir, amar, sentir, olfatear, tocar, mirar, escuchar, latir, cantar, pulsar, fluir, esperar, reír, dar, compartir… Cuántas cosas se agolpan en mi mente pensando en que, aunque no la conocí a profundidad, los momentos que compartimos fueron muy especiales, así como ella lo fue.

Dejando de lado la impresión que me causó el que mi mente –consciente o inconscientemente- me había estado llevando a su recuerdo en los últimos días preguntándome sobre su paradero, queda la profunda sensación de shock que provoca el hecho de saber que la muerte está acechante, apostada pacientemente, en cualquier esquina de nuestra instantánea existencia.

No sabemos cuándo, ni cómo, ni dónde, sólo sabemos que será y ni por ello le damos nuestro mejor esfuerzo a la vida; amamos a medias, trabajamos lo mínimo, sonreímos por compromiso, compartimos sólo cuando nos vemos obligados a ello, mentimos la mayor parte del tiempo –y lo peor, a nosotros mismos-, pretendemos tener para ser, decimos “te quiero” cuando la comodidad nos acoraza lo suficiente como para que el pronunciar esas dos palabras no pongan en riesgo a ese maldito tirano que es el ego… ¡!Ah, cuánto desperdicio!! Si alguien pudiera contabilizar y cuantificar en términos de dinero (referente válido para todos, desgraciadamente aún respecto a lo intangible e invaluable) lo que implica el hacer y vivir todo así, por partes, a mitades y con desgano, y si en contraparte se pudiera saber lo que perdemos por el hecho de vivir como muertos y no inundados por la chispa de vida que anima cada inhalación y exhalación que protagonizamos, seguramente no alcanzaría todo el oro del mundo para recuperar todo lo perdido, todo lo que se quedó en el tintero, en las veces que nos arrepentimos de decir un “te quiero”, en las veces que, a punto de pulsar la tecla del send para llamar a alguien, no lo hicimos; en la mirada que esquivamos para no decir un “hola”; en el “gracias” o “buenos días” que se nos quedaron en la punta de la lengua por correr hacia algo que, bien a bien, ni siquiera sabemos qué es… Y si supiéramos que en realidad, la única que nos espera fiel, paciente, serena e inaplazable es la muerte, segura estoy que dejaríamos de apresurarnos, saborearíamos cada instante a mayor profundidad, como cuando éramos niños y no queríamos que se acabara ese pedazo de pastel que nos acababan de servir por lo rico que estaba… Nos apresuramos, viviendo a medias, apurando la vida en tragos grandes y desabridos, en lugar de dar pequeños sorbos y paladearla, tal como se hace con los buenos vinos o con un buen café…

Quiero vivir mi vida como si me la estuviera tomando sentada en un café del Portal, tal como hacía mi abuelo… despacito, saboreándola y disfrutándola instante tras instante, sintiendo cómo se va integrando a mí y cómo me voy integrando a ella, hasta ser una misma. Quiero que lo efímero trascienda y llegue a la eternidad, y quiero estar ahí cuando eso suceda.

*Escrito el Miércoles 2 de abril de 2008. Reinsertado en ocasión del 32o. aniversario luctuoso de mi querido Abuelo, el Profesor Esteban González Mejía.





domingo, 16 de agosto de 2009

¿Y ahora qué?




A la hora en que se iban dibujando pesadamente las nubes en el cielo, pensaron: ¿Y ahora qué? ¿Llovería en sus entrañas como el agua que caía firme pero silenciosamente en la hierba del jardín? ¿Se perderían de nuevo en la mirada del otro como desde que se reencontraron en esta vida? ¿O simplemente dejarían correr sus dedos por la superficie ya conocida y a la vez llena de misterios? Nadie sabe lo que la pasión puede traer ni atraer, la pasión sólo se vive y ya; no hay razón, no hay tiempo, no hay nada, tan sólo el estar y el ser. Así de fácil.

La manera de llevar el ritmo en el corazón, así como la forma de mover las pupilas del alma, eso es pasión, eso vive en el palpitar de cada cabello, de cada superficie de piel que se puede ir descubriendo y adivinando a través de las armaduras con que nos protegemos desde que Dios amanece todos los días... Sin pasión nada pasa, pero tampoco con ella. Esencia sublime, eso es.

Inasible es la chispa en que descansa tu aliento, inasible como lo son tus susurros y cuchicheos. Inasible no es tu cuerpo, en el mío, pero sí lo es en su esencia inalcanzable a la vez que cercana en el fondo de tus ojos, negros y profundos, húmedos como el agua en tu vientre e intensos como la fuerza de tu corazón.

Poca esperanza en mi pasión, poca es porque no tiene a dónde ir, ni a dónde llegar, sólo en el remanso de tu ser se encuentra con aguas tranquilas, tu río desembocando en mi lago y nada más.

Quiero ser como la tarde fresca de verano, fui con ella, pero no como ella. Perderme en su intempestiva tormenta, lloverme silenciosa y fuertemente sobre los campos, y luego, luego dejarme ir con el viento que me lleva para hacerme llover de nuevo sobre otros campos pero con la misma fuerza de tu corazón, de tus ojos hermosos y de tu alma desnuda llenándome en mi humedad.

sábado, 15 de agosto de 2009

Iniciando...


No sé si en realidad se trate del inicio, más bien debería nombrar a esta entrada como "Continuando..."; pero dado que se trata de mi primer intento formal por entrar en el mundo del blog y después de innumerables escritos dispersos en papel de todas clases (desde servilletas de un café hasta hojas donde se suponía que debía redactar algún reporte formal en el trabajo -pasando, por supuesto por aquellas cómplices de celulosa del periodo universitario y preparatoriano), mismos que por supuesto se encuentran igual de dispersos en un buen número de lugares, llegué a la sesuda conclusión de que era necesario iniciar una relación con el ámbito cibernético, en donde quizá, ahora sí, mis balbuceos y divagaciones no se perderán tan fácilmente y en donde, si llego a ser lo suficientemente venturosa, puedo entrar al misterioso -para mí- y paradójicamente expuesto mundo de la retroalimentación cibernética.

¿Por qué no me conformo con la opción que me brindan ya actualmente Facebook y otros servicios para vaciar mi hasta hoy dispersa verborrea? Siempre que escribo en ellos termino con la sensación de quedarme a medias, ya saben, como cuando estás disfrutando tu bebida preferida y ese último sorbo en el vaso que estabas esperando degustar con el último bocado de tu platillo, te es retirado con toda brusquedad por el o la igualmente insensat@ meser@... Sí!! No me siento feliz al publicar pequeños bites de información, y se me antoja como el juego que juegan los niños pequeños de "a ver si me encuentras" cuando uno los está viendo del todo y ya sabe que sólo quieren llamar la atención. Me da mucho gusto enterarme de las novedades en la vida de mis amigos, pero aún así, preferiría algo más sustancioso. También me pregunto si es que no estaré quedando al margen de la tan venerada modernidad, y que por eso añoro las viejas páginas de los libros que hojeabámos cuando niños, o si es que anhelo el tener el tiempo suficiente como para poder escribir esto en lugar de tan sólo publicar algo así como "me estoy muriendo de hambreeeeee". Sé que muchos de mis amigos lo hacen porque viven en el corre-corre que les exigen sus carreras, sus relaciones y sus vidas en sí, pero yo, eterna iconoclasta, me niego a quedarme a medias de mi expresión y sin mi último sorbo, así que estaré aquí defendiendo mi platillo de letras y mi vaso de emociones de esos insensatos meseros que quieren levantar mi servicio antes de entrar a la sobremesa.