miércoles, 19 de agosto de 2009

De lo efímero a lo eterno*







Maravilloso internet, que me permite reinventar este mini-espacio de aire en el que puedo plasmar la indescriptible mezcla de sentimientos que me provoca el recordar a una recientemente finada amiga mientras reflexiono sobre el efímero suspiro de vida que se nos da y en cuyo transcurrir frecuentemente olvidamos paladear, vivir, amar, sentir, olfatear, tocar, mirar, escuchar, latir, cantar, pulsar, fluir, esperar, reír, dar, compartir… Cuántas cosas se agolpan en mi mente pensando en que, aunque no la conocí a profundidad, los momentos que compartimos fueron muy especiales, así como ella lo fue.

Dejando de lado la impresión que me causó el que mi mente –consciente o inconscientemente- me había estado llevando a su recuerdo en los últimos días preguntándome sobre su paradero, queda la profunda sensación de shock que provoca el hecho de saber que la muerte está acechante, apostada pacientemente, en cualquier esquina de nuestra instantánea existencia.

No sabemos cuándo, ni cómo, ni dónde, sólo sabemos que será y ni por ello le damos nuestro mejor esfuerzo a la vida; amamos a medias, trabajamos lo mínimo, sonreímos por compromiso, compartimos sólo cuando nos vemos obligados a ello, mentimos la mayor parte del tiempo –y lo peor, a nosotros mismos-, pretendemos tener para ser, decimos “te quiero” cuando la comodidad nos acoraza lo suficiente como para que el pronunciar esas dos palabras no pongan en riesgo a ese maldito tirano que es el ego… ¡!Ah, cuánto desperdicio!! Si alguien pudiera contabilizar y cuantificar en términos de dinero (referente válido para todos, desgraciadamente aún respecto a lo intangible e invaluable) lo que implica el hacer y vivir todo así, por partes, a mitades y con desgano, y si en contraparte se pudiera saber lo que perdemos por el hecho de vivir como muertos y no inundados por la chispa de vida que anima cada inhalación y exhalación que protagonizamos, seguramente no alcanzaría todo el oro del mundo para recuperar todo lo perdido, todo lo que se quedó en el tintero, en las veces que nos arrepentimos de decir un “te quiero”, en las veces que, a punto de pulsar la tecla del send para llamar a alguien, no lo hicimos; en la mirada que esquivamos para no decir un “hola”; en el “gracias” o “buenos días” que se nos quedaron en la punta de la lengua por correr hacia algo que, bien a bien, ni siquiera sabemos qué es… Y si supiéramos que en realidad, la única que nos espera fiel, paciente, serena e inaplazable es la muerte, segura estoy que dejaríamos de apresurarnos, saborearíamos cada instante a mayor profundidad, como cuando éramos niños y no queríamos que se acabara ese pedazo de pastel que nos acababan de servir por lo rico que estaba… Nos apresuramos, viviendo a medias, apurando la vida en tragos grandes y desabridos, en lugar de dar pequeños sorbos y paladearla, tal como se hace con los buenos vinos o con un buen café…

Quiero vivir mi vida como si me la estuviera tomando sentada en un café del Portal, tal como hacía mi abuelo… despacito, saboreándola y disfrutándola instante tras instante, sintiendo cómo se va integrando a mí y cómo me voy integrando a ella, hasta ser una misma. Quiero que lo efímero trascienda y llegue a la eternidad, y quiero estar ahí cuando eso suceda.

*Escrito el Miércoles 2 de abril de 2008. Reinsertado en ocasión del 32o. aniversario luctuoso de mi querido Abuelo, el Profesor Esteban González Mejía.





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