sábado, 25 de junio de 2011

Mis cementerios de Londres













"Singing lalalalalalalalaiy
And the night over London lay"
-Fragmento de "Cemeteries of London"
Coldplay, "Viva la Vida" (2008).


Nunca he visitado Londres, es más no conozco Europa, pero casi sin temor a equivocarme puedo decir que esta canción y no otra evoca en mi un cierto sabor conocido... Tal vez esto se deba a que ha sido este mes y no otro, el que más me ha acercado al confín del territorio de los muertos y al más allá en sus diferentes facetas en lo que va de mi vida. Siempre recordaré estos días como unos de sabor agridulce con sus amaneceres nublados y húmedos, sus atardeceres llenos de un tímido sol que sólo aparece para despedirse y la incertidumbre de la cordura.

Verdes prados que van más allá de lo que la vista alcanza a abrazar, brisa fría de un océano incierto, humedad en los pies y la insatisfacción siempre presente por un deber nunca terminado de cumplir son los recuerdos de una vida que se asoma entre sueños y que no acabo de descifrar: tal vez sólo lo que alcanzo a ver es lo único que necesito para entender que mi lugar es donde me encuentre, y que a pesar de eternamente buscar "mi casa", ésta se encuentra dentro de mí, en mi corazón y en mi alma, acompañándome en todo momento y en todo lugar, tal como Dios lo hace con todos y cada uno de nosotros.

Hace poco visité la tumba de mi Nona y recibí un regalo divino; la vista desde ahí hacia los verdes cerros acariciados por una casi imperceptible niebla matutina y la soledad calma y tranquila que me envolvió frente al lugar donde yacen ella y mi querido Nono, fueron un bálsamo para mi agrietado corazón. Supe entonces que no hay nada más que el amor y que en dondequiera que se esté, el corazón siempre volverá al origen de todo y de todos para estar en Paz. Fue ese momento uno de alegría y contención que me hicieron saber, muy dentro de mí, que mi hijo está a mi lado y que se encuentra bien junto a ella.

Son muchos mis muertos y a cada uno le guardo un especial recuerdo y un pensamiento dedicado; son tantos como los que me han precedido para que yo esté hoy aquí escribiendo esto para quien tenga ojos para leer y corazón para entender. Y aún así, están vivos, como bien dice la canción sólo que los míos no lloran, ellos no usan kleenex.

jueves, 23 de junio de 2011

De los placeres culposos y otras cosas...


Nunca había escuchado, o más bien, nunca había reflexionado sobre el concepto de "placer culposo", hasta que, en días pasados una de mis queridas colegas mencionó el par de palabras que da nombre a este atado de letras y pensamientos y al parecer, la definición que de manera preliminar me ofreció del concepto, implicaba la idea de ocultar a los demás alguna actividad que, al tiempo de proporcionar satisfacción al que la lleva a cabo, a los ojos extraños pudiera ser poco aceptable -e incluso reprobable-.

Ahora bien, sin querer entrar al terreno de lo escatológico, dichos placeres culposos bien podrían incluir una serie de actividades que irían desde la aparentemente inofensiva actividad de un voyeur, hasta la enfermiza necesidad que aqueja a más de un@ y que l@ hace víctima de su propia verborrea al dispersar hechos que no le son propios y de los cuales, en la mayoría de las ocasiones, carece de evidencias de primera mano para constatarlos, dichos que no por llegar de manera eventual a ser válidos, conllevan la facultad para difundirlos.

Pero, regresando al tema, se puede abundar citando la definición de placer que nos ofrece la versión online del Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, cuando como segunda acepción del vocablo leemos que por placer se entiende "goce, disfrute espiritual", o bien la "satisfacción, sensación agradable producida por la realización o suscepción de algo que gusta o complace", es decir, el placer entra así en la dimensión relacionada con el espíritu y con ello, en la del alma que, se dice, anima a cada ser humano de los que pueblan esta Tierra, por lo que cuando se habla de "placer" se está llamando a la puerta de lo que dista mucho de ser medible y cuantificable, para más bien adentrarnos a los terrenos de la más pura y llana (si es posible visualizarla de esa manera) subjetividad. Por otro lado, la culpa, aquélla que según el mal chiste propio de la escuela secundaria "nadie se quería echar", entra en una categoría diversa, siendo más bien un elemento propio de la imputabilidad de las acciones y de la consecuente responsabilidad que de su ejecución emana.

¡Qué lejos están la imputabilidad y la responsabilidad del placer! Son tan opuestos como la noche y el día... Mientras con la culpa la luz del Sol nos ciega y es -en la mayoría de las ocasiones- francamente detectable y denotable por medios ampliamente cuantificables, puesto que su presencia presupone la ejecución de una acción (e incluso, de una omisión) cuyas resultas desembocan en la responsabilidad del ejecutor (o del omiso, en su caso), los significados del placer viven entre las sombras de la noche que es lo subjetivo y se mueven en los terrenos de lo no cuantificable. Mientras la culpa reside necesariamente en el otro, es decir en una situación relacional, el placer, por su propia naturaleza encuentra sólo sentido en quien lo experimenta. Son, por lo tanto, conceptos incompatibles y cuya unión en la expresión inicial pudiera carecer de sentido, puesto que aceptar la existencia de tales "placeres culposos" equivaldría a pensar en un "algo" que, proveyendo de satisfacción a quien lo ejecuta, refleja en dicho actuante una responsabilidad por dicho actuar, con el consabido reproche -autoinfligido, por supuesto- que le es consustancial a aquélla. De ahí las reflexiones obligadas: ¿Es válido sufrir en aras del placer? (salvo la obvia referencia al sado-masoquismo) ¿Qué grado de congruencia puede existir entre el reproche y la gratificación?

Preferible es creer que la culpa es algo ajeno al placer y que éste se nos da libre de todo sentimiento de reproche y de la malamente entendida culpabilidad; finalmente el placer, salvo que provenga de un "algo" -excúseme el lector por utilizar nuevamente tan vago término- resultado de lastimar, ofender o transgredir a otros, es una de las bendiciones de estar vivo.