jueves, 10 de junio de 2010

El amor nunca muere


"Nunca me han gustado los domingos... Creo que es por esa calma potencialmente irritante que destilan sus tardes calladas y soleadas." Y sin embargo, fue el domingo pasado el último día que te vi con vida. Pero ya no era vida, solamente estabas despidiéndote de todos nosotros y dejándonos el tiempo suficiente para arreglar pendientes contigo o simplemente, como yo lo hice, para pasar a saludarte y decirte cuánto te queríamos -¿o debo decir "queremos"?-. Recuerdo muy bien, hace ya casi 21 años que también fue un domingo el último día que vi al Nono, pero a él sí lo vi sonriente y platicando. No, tú ya no sonreías, tan sólo pude sostener tu mano y decirte al oído una y otra vez cuánto te quiero -y otra vez la duda me asalta, debo decir "quería"? Besé tu frente muchas veces, como cuando te iba a visitar, te dije cuanta tontería tenía en mente, te recordé que tengo una bebé y que la alimento de mí, tal como debe ser; te dije muchas cosas, pero tú sólo escuchabas. Ya después supe que fue un acto de extraordinario amor el hecho de que estrecharas mi mano en la tuya, y que no lo hacías con nadie ya desde hacía muchos días.

Te quiero mucho Nona, mucho, mucho... Fuiste una segunda madre (y lo digo aunque Dominga siempre se haya sentido algo celosa de esto), la que hacía que esta bestia que llevo dentro se dominara lo suficiente como para lograr que cooperara en los quehaceres de la casa, o como para hacer que dejara de leer o de hacer algo que me placiera para integrarme al desarrollo de alguna nueva aventura doméstica, y todo ello, sorprendentemente sin el uso de la fuerza: nunca supe lo que fue un manazo tuyo sobre mi pequeño y rebelde ser, siempre las palabras por delante (le parole) y, en caso extremo, la coerción psicológica que implica el uso de la inteligencia. Gracias por eso. Gracias por enseñarme tantas y tantas cosas. Gracias por compartir mis momentos de dolor, mis ilusiones y mis sueños. Por escucharme paciente y confortante y por aconsejarme siempre desde el vasto libro de la sabiduría que sólo da la experiencia que tus años te dejaron acumular.

Gracias porque mi infancia contigo fue lo que una infancia debe ser, y aunque parezca amelcochada diciendo esto, gracias por los desayunos de huevo de gallinero cocinado con mantequilla hecha a mano; gracias por leer los pequeños poemas que te dejaba por aquí y por allá en la casa que llamábamos "rancho" y, sobre todo, gracias por recordarlos con tanto cariño a tanta distancia en el tiempo, cuando yo misma incluso los había dejado caer en el olvido. Gracias también por enseñarme el valor de la verdad, de la honestidad y el dulce sabor del placer después del deber cumplido. Gracias por enseñarme a forjarme a través de retos (mis tablas de multiplicar que ninguna maestra más que tú, me enseñó tan bien y sin la necesidad de tanto método pedagógico). Gracias por hacerme partícipe de tantas historias que compartiste conmigo y de tantos chispazos de tu ingenio tan peculiar, sarcástico e increíblemente único. Contigo aprendí el valor de la sutileza al hablar y, al mismo tiempo, el gran peso de la congruencia entre el hacer y el decir.

Siempre estarás a mi lado, acompañandome como ese pequeño rosario que llevo a todos lados conmigo y que con tanta fe me diste para que lo rezara cuando me sientiera en necesidad de hacerlo. Tu recuerdo estará siempre en mi corazón, y por eso insisto en decir que te quiero mucho -en presente- porque el amor nunca muere, no muere en tanto lo llevemos en el alma. Mi alma te lleva dentro y por eso no mueres, ni tú ni el amor que en ella has infundido. Tu fortaleza me ha inspirado en más de un momento en la vida que he llevado y me ha hecho seguir adelante. "Todo pasa", decías con tu habitual sabiduría y con la calma que da la certeza de haber vivido una existencia plena, generosa en espíritu y, afortundamente, tan alejada de la mezquindad de la ceremonia litúrgica que malamente ofició el sacerdote el día de hoy. Yo no escuchaba sus palabras; yo te sentía y te siento en el aire, con ese característico andar, fuerte y resignado a la vez, como la caricia que le dabas a mi mejilla cuando me acercaba a ti para saludarte y como tu última bendición.

Se vedon Nona, sé que nos volveremos a ver algún día, y mientras tanto, el amor nunca morirá porque se quedará con nosotras por la Eternidad.

Te mande an bazo.

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