viernes, 20 de marzo de 2015

Ese abismo –el que está frente a mí-…



Entrando unas veces, saliendo otras más, no encuentro ni mi lugar,
ni mi sentido aquí. ¡Piedad!


Vaciar el corazón; romperlo en mil pedazos para volver a sentir: tal vez estrujándolo hasta que desista de latir… Y ahí está, ese niño necio, volviendo una y otra vez a las andadas. No lo entiende, no entiende que enfrente sólo yacen el vacío y la soledad. Sus tiernos ojos sólo entienden de amor y de mimos imaginarios: sí, como ésos que tu mamá te hacía creer que recibías de ella mientras te dejaba cayendo en el sueño nocturno… sola en tu cama y lejos de su abrazo.

Tal vez esa falta de amor aún lacera este corazón perdido y no le ayuda a encontrarse en el mundo. Pero eso sería terminar la historia de manera harto fácil. Quedan por resolver todos esos sueños sin salida, todas esas preguntas no contestadas y todos esos deseos que nacieron muertos. Ahí atorados, como en una coladera que retiene las hojas muertas que los árboles han decidido perder, están esas seiscientas capas de piel; están acompañadas de los ocho mil ríos de lágrimas que han secado mi alma e inundado mis ojos y –por favor-, no olvidemos todos esos suspiros llenos de incertidumbre y miedo que acompañaron cada uno de esos amaneceres en que la vida pesaba más de lo que jamás me hubiera imaginado.

Sangro sin que se note. En esta llanura de asfalto lo único que uno puede ver es la marea de destellos rojos que va delante de mí en dos carriles de pequeños episodios de vida y destinos momentáneamente compartidos. Todos esos ojos fatigados, esas manos aferradas a los volantes y las espaldas molidas de cargar con tanto peso sin tener unas pocas de sonrisas, son demasiado para cualquier alma. Sangro gota a gota, con cada queja, con cada promesa sin cumplir, con cada promesa que me ha sido incumplida. Llevo en esas sangres que recorren mi alma cientos de ideas que se han quedado en eso, miles de astillas de los sueños que contemplé en algún espejo donde creí verme alguna vez… No sé quién soy todavía, no sé a qué vine, no sé para qué vine y ni siquiera sé si las preguntas que me estoy formulando son las correctas. Tengo tantas respuestas posibles que es ridículo pensar que son las adecuadas. Lo único que sé es que dentro de mí, muy profundamente en mi interior, yace una bestia esperando ser liberada. Ronronea de vez en vez, dando leves zarpazos como para recordarme que ahí está. No deja de moverse, y sin embargo está ahí, atada por un cordel casi invisible, delgado como un fino hilo de estambre; la bestia sabe que puede liberarse en cuanto lo desee, porque el hilo no representa en realidad una atadura que la fije al suelo, pero esa maldita comodidad de estar ahí, recostada viendo la vida pasar, la deja inmóvil, la adormece y la aquieta. Ella lo sabe, sabe cuán trágico es esto para su destino, pero no hace mucho al respecto, sino lamentarse ronroneando.

Pedir ayuda no es lo suyo, la bestia no sabe de esos rituales posmodernos de contención y reacomodo de sentimientos en capítulos de vida ya cerrados. Lo único que quisiera es que la dejaran tranquila, pero entonces ya no sería la bestia, sería solamente un lindo gatito, buscando la aprobación de su dueño. He ahí su dilema; si se libera rugiendo, dejará la comodidad de su pasiva contemplación y se verá obligada a seguir dando más y más de sí; si se queda atada, podrá seguir tranquila y quieta, sin que nadie la moleste y sin que nada perturbe su ensueño total.

No queda muy claro si esa bestia nació conmigo o si yo la fui trayendo poco a poco a mí, tampoco se sabe si se quedará esperando a que esta niña amedrentada tome una decisión, o si un buen día las circunstancias la terminen de acorralar para que se levante y ruja con toda la potencia de su esencia. Estas preguntas tal vez sí son las correctas, pero por supuesto, aquí no tengo ni idea de cuáles puedan ser las respuestas acertadas. Lo que sí sé de cierto es que ella no se arredra ante los vacíos, ella sí que sabe enfrentarlos y más de una vez así me lo ha demostrado dando un paso hacia el abismo oscuro e impenetrable de la incertidumbre y del deseo irrefrenado. Tal vez sea tiempo de escucharla de nuevo y dejarla hacerse escuchar, tal vez…  



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