miércoles, 10 de octubre de 2012

El ojo de la oscuridad



No importa lo rápido que viaje la luz; siempre se encuentra con que 
la oscuridad ha llegado antes y la está esperando.
(El segador, Terry Pratchett)

Humo de cigarro, luces de neón que parpadean al ritmo frenético de la música y mucha gente apretujándose en un local pequeño. Hombres y mujeres que se cobijan en el anonimato que proporciona el antro. A todos los une –nos une- el estar respirando el mismo aire viciado, escuchando la misma música, casi siempre reiterativa, y ese omnipresente sentimiento de estar viviendo algo prohibido; salir de antro ofrece un escape bastante efectivo de la rutina y de las reglas que nos comprimen de día y en todo momento.

Haciéndose la oscuridad, un velo de negrura cae sobre esos rostros que de día uno encuentra en el super o en la fila para pagar algún servicio. No es lo mismo vernos la cara a la luz del sol que dentro de una de esas “vitrinas oscuras” como llamo a los antros. La oscuridad es, y ha sido, eterna aliada del misterio no por nada, pues su presencia atenúa, difumina, matiza y realza cual photoshop. No estoy hablando aquí del muy machacado tema de los efectos del alcohol sobre la apreciación de los atributos físicos de un potencial ligue, sino de un oscurecimiento positivo. Hay algo en la oscuridad que, de suyo, encanta, se desliza y nos hace perdernos en sus adentros.

Bajo el manto de la oscuridad suceden cosas que nunca podrán pertenecer al sunshine side of life. El lado oscuro no es sólo la noche, ni lo negativo o lo malo. Es una manera de ver las cosas. Es el permitirse percibir de manera libre, sin esas odiosas restricciones que nos imponen la luz del día y sus instituciones, sus normas y sus acartonadas estructuras. A veces es a la oscuridad a la que le dedicamos nuestras mejores creaciones porque de ella han nacido: cuando nadie lo ha visto de día, de seguro alguien lo podrá descubrir de noche.

Ése es el ojo de la oscuridad: el que te deja ver lo que no puedes ver de día, el que usa tu intuición para ver más allá de la lógica diurna; el que te pone a caminar al filo de una navaja sobre un aparente abismo con un colchón de salvamento al fondo (el que siempre estará ahí hasta que dejes de creer en él, si no, estás muerto). Claro está que siempre puedes elegir cerrar tu ojo de la oscuridad y regresar a la luz del día, a ver todo como los demás te dicen que debes verlo y a entender las cosas unívoca y unidireccionalmente. 

Uniformar y homogeneizar, éstas son algunas de las finalidades más palpables de la luz del día. Cuando estás ahí, bajo el reflector de la luz del sol, la potencia es tal que ciega cualquier intento por abrir el ojo de la oscuridad. Todo es y debe ser de una –y sólo de una- forma. De ahí la mala fama de la oscuridad. Las instituciones no serían nada sin la legitimación que les dan los individuos que las erigen y creer que las cosas son de una sola forma posible, es lo que les ha dado cohesión a las estructuras que nos han normado a lo largo de la Historia.

Cuestionar, re-enfocar, replantear, apreciar matices, aristas y dimensiones no visibles a la luz del sol. Ésas son, entre muchas otras, las bondades de abrir el ojo de la oscuridad. Hoy le han querido llamar “innovación”, sin embargo la innovación sigue retomando lo que es aparente, lo que se ve bajo la luz del día; en ese sentido, innovar equivaldría a remodelar una casa cuando en realidad se puede construir no una casa, sino un hábitat personalizado desde los cimientos. Ver con el ojo de la oscuridad, en cambio, es posicionarse en ese espectro de lo no visto, de lo no perceptible para buscar entender lo que sea. Además, la innovación desafortunadamente ya se encuentra indefectiblemente atada al mundo de los negocios y al making money.

Ver con el ojo de la oscuridad es un lujo que está al alcance sólo de los que sabemos que éste existe. Ahora que lo sabes tú también, puedes elegir entre seguir escapándote a tu vitrina oscura preferida cada fin de semana, o  bien, puedes preguntarte: ¿qué harás con él?

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