sábado, 29 de septiembre de 2012

Azul terciopelo


Se trouve autant de différences de nous à nous-mêmes que de nous à autrui.
(Essais, Michel de Montaigne)


“Estábamos sentadas en puntos equidistantes en una cafetería de esas que abundan, donde el café es más ácido que muchas de las conversaciones que ahí tienen lugar. La miraba y no atinaba a saber su edad. Lo único que llamaba mi atención era su escote pronunciado enmarcado por un suéter de color azul pálido y la cabellera enrojecida y rizada, libre y suelta, tan rara en días en que las mujeres proclaman su libertad apagando la luz y cubriéndose con las sábanas para no ser vistas mientras hacen el amor. La rodeaban algunas personas de edad avanzada y, al parecer, no tan vivaces como ella”. 

Mientras, en el diván de su consultorio, mi analista escudriñaba en mi mente, al tiempo que yo me sentía acariciada por el terciopelo azul del mueble y me dejaba invadir en una nube de recuerdos como si retroceder a la imagen me hubiera transportado a un momento de felicidad inexplicable.

¿Quién era esa mujer y por qué su presencia había llamado tan poderosamente mi atención? Esto fue así durante todo el tiempo que permanecí en aquel lugar y no dejaba de sentir su mirada posarse sobre mi cuello, ni sobre mi cabello recogido en una colita de caballo aparentemente inocente que dejaba entrever mi gusto por el desorden, la lujuria y las emociones desbordadas. Todo había comenzado cuando mi mirada se había tropezado inicialmente con el rostro macilento de otra mujer de cabellos lacios y atuendo aburrido, y ahí, en segundo plano estaba ella. La que daba vida a aquella mesa llena de gente vetusta. ¿Cómo era posible que un rostro opaco y apagado como el de la primera mujer coexistiera con el que identificaba a ese personaje aparentemente lleno de energía y libertad?

-“No, no es cierto”-. Eso fue lo que pensé cuando Norma, mi analista, me decía que la imagen de esa mujer era la imagen de mis deseos reprimidos. –“Y qué, ¿debo entonces suponer que ella es lo que quiero? –“No”, dijo ella. –“Lo que debes entender es por qué te atrajo tanto, tal vez se trata de una imagen de cómo es que tú quisieras ser vista o, incluso, de cómo quisieras verte a ti misma”. Sentí entonces que el hasta entonces acogedor y envolvente terciopelo azul me escupía como cuando el mar regresa algo que no le es propio en una ola fuerte. Ése era el punto. Mi fetiche momentáneo representaba el ideal de mí misma. Salí a buscarla.

La busqué entre las puertas que separan las imágenes ficticias de los recuerdos más o menos reales; la busqué entre los recuerdos que deja la ropa que ya no uso y entre los libros que no he leído últimamente. Fui a ver si estaba entre los sueños que poblaron mi niñez, mi adolescencia y mi juventud. Se me ocurrió también ir en su busca en los sabores que no he vuelto a probar, en los olores que he dejado de percibir y en los sonidos que ya no escucho más. Nadie me dijo nada. Sólo encontré piezas de la mujer que creo que soy, pero no sé si lo que encontré es realmente lo que soy.

¿Quién decide si lo que decimos ser es lo que realmente somos? ¿En qué punto lo que decimos ser se vuelve uno con lo que parecemos ser? ¿A quién creerle? ¿Al yo o a los otros? ¿Quién puede, válidamente, decir que sabe exactamente quién es?

El diván de mi analista me vio regresar unas cuantas veces más para ahondar en esa búsqueda infructuosa de una imagen, de una identidad propia a la cual asirme para no ir buscando imágenes encarnadas en personajes de cafetería de comida rápida. Nada ni nadie ha sido capaz de darme una idea completa de quién soy o de cómo es que los demás me perciben. Tampoco me ha sido posible saber si lo que yo percibo como mi yo es una sola cosa con lo que los otros ven de mí. Creo que esas preguntas son necesarias en algún punto de la vida, pero sólo como escalas en el viaje, no como destinos del mismo. Creer que es posible entender de manera total cómo los demás son un espejo de uno, y al mismo tiempo, cómo uno lo es de ellos, es algo cercano a pensar que se puede escuchar el silencio y que se puede ver la oscuridad. Sólo el azul terciopelo es real.

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